martes, 18 de diciembre de 2012

JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS MI PLANTA DE NARANJA-LIMA Historia de un niño que un día descubrió el dolor...

"—¿Cuándo es?
—Mañana a las ocho, en la puerta del Casino Bangú. La gente dice que el dueño de la
Fábrica mandó comprar un camión de juguetes. ¿Vas?
—Sí que voy. Y llevaré a Luis. ¿Será posible que yo también reciba algo?
—Claro que sí. Una porqueriíta de este tamaño. ¡O estás pensando que ya eres un
hombre?
Se puso cerca de mí y sentí que todavía era muy chico. Menor aún de lo que pensaba.
—Bueno, algo voy a ganar. . . Pero ahora tengo que hacer. Mañana nos encontramos
ahí.
Volví a casa y anduve dando vueltas alrededor de Gloria.
—¿Qué pasa, muchacho?
—Bien que podías llevarme. Hay un camión que vino de la ciudad llenito de juguetes.
—Escucha, Zezé. Tengo un montón de cosas que hacer. Planchar, ayudar a Jandira a
arreglar la mudanza. Vigilar las cacerolas en el fuego...
—También vienen un montón de cadetes de Realengo.
Además de coleccionar retratos de Rodolfo Valentino, a quien ella llamaba "Rudy", y
que pegaba en un cuaderno, tenía locura por los cadetes.
—¿Dónde viste cadetes a las ocho de la mañana? ¿Quieres hacerme pasar por tonta,
chiquilín? Ve a jugar, Zezé.
Pero no me fui.
—¿Sabes una cosa, Godóia? No es por mí, no. Pasa que le prometí a Luis llevarlo allá.
Es tan chiquitito. Un chico de esa edad solamente piensa en la Navidad.
—Zezé, ya dije que no voy. Y ésas son mentiras; lo que pasa es que tú quieres ir.
Tienes mucho tiempo para recibir Navidades en tu vida...
—¿Y si me muero? Morir sin haber recibido algo esta Navidad...
—No vas a morirte tan pronto, mi amigo. Vas a vivir dos veces más que tío Edmundo o
don Benedicto. Y ahora basta. Ve a jugar.
Pero no fui. Me di maña para que ella a cada momento tropezara conmigo. Iba a la
cómoda a buscar algo, y se encontraba conmigo sentado en la mecedora, pidiendo con la
mirada. Porque pedir con la mirada tenía mucho efecto sobre ella. Iba a buscar agua en la
pileta, y yo estaba sentado en el umbral de la puerta, mirando. Iba al dormitorio, a buscar
piezas de ropa para lavar.
Allí estaba, sentado en la cama, con las manos en el mentón, mirando...
—Hasta que no aguantó más.
—Bueno, basta. Zezé. Ya dije que no y no. Por amor de Dios, no termines con mi
paciencia. Ve a jugar.
Pero no me fui. Es decir, pensé que no me iba. Porque ella me agarró, me llevó afuera
y me depositó en el fondo. Después entró en la casa y cerró la puerta de la cocina y de la
sala. No me rendí. Me fui sentando delante de cada ventana por la que ella iba a pasar.
Porque ahora comenzaba a limpiar la casa y a arreglar las camas. Se encontraba conmigo,
espiándola, y cerraba la ventana. Acabó cerrando toda la casa para no verme.
—¡Mujer de los mil diablos! ¡Parda de mal pelo! ¡Ojalá que nunca te cases con un
cadete! ¡Ojalá que te cases con un soldado raso, de esos que no tienen ni un centavo para
lustrarse las polainas!
Cuando vi que realmente estaba perdiendo el tiempo, salí furioso y gané de nuevo el
mundo de la calle.
En la calle descubrí a Nardinho que jugaba con una cosa. Estaba en cuclillas,
totalmente distraído. Me acerqué. Había hecho un carrito con una caja de fósforos y le había
atado un abejorro tan grande como nunca lo había visto.
—¡Caramba!
—Es grande, ¿no?
—¡Te lo cambio!
—¿Por qué?
—Si quieres fotos...
—¿Cuántas?
—Dos.
—¡Qué gracia! Un bicho de éstos y me das solamente dos fotos...
— Como ésos hay montones en la casa de tío Edmundo.
—Por tres todavía te lo cambio.
—Te doy tres, pero no puedes elegir...
— Así no. Por lo menos quiero elegir dos.
— Bueno.
Le di una de Laura La Plante, que tenía repetida muchas veces. Y él eligió una de
Hoot Gibson y otra de Patsy Ruth Miller. Guardé en mi bolsillo el abejorro y me fui."
***
"— Rápido, Luis. Gloria fue a comprar pan y Jandira está leyendo en la mecedora.
Salimos escurriéndonos por el corredor. Y lo ayudé a "desaguar".
—Haz bastante, que en la calle no se puede de día.
Luego, en la pileta, le lavé la cara. Y después de lavar también la mía volvimos al
dormitorio.
Lo vestí sin hacer ruido. Le calcé los zapatitos. ¡Porquería de calcetines, no servían
más que para complicarlo todo! Abotoné su saquito azul y busqué el peine. Pero su pelo no
se asentaba; había que hacer algo. No contaba con nada en ningún rincón. Ni brillantina, ni
aceite. Fui a la cocina y volví con un poco de grasa en la punta de los dedos. Restregué la
grasa en la palma de la mano y la olí, primero.
— No tiene olor.
Acomodé los cabellos de Luis y comencé a peinarlos. Entonces su cabeza quedó
linda; llena de rulos, parecía un San Juan con un carnerito sobre las espaldas.
—Ahora te quedas ahí, parado, para no arrugarte.
Me voy a vestir.
Mientras me ponía los pantalones y la camisa blanca, miraba a mi hermano.
¡Qué lindo era! No había otro más lindo en Bangú.
Me calcé las zapatillas de tenis, que tenían que durar hasta que fuese al colegio, el
año siguiente. Continué mirando a Luis.
Lindo y arregladito como estaba hasta podría ser confundido con el Niño Jesús, más
crecidito. Apuesto a que va a ganar montones de regalos. Cuando lo miraran...
Me estremecí. Gloria acababa de volver y colocaba el pan sobre la mesa. Los días
que había pan, el papel hacía ese ruido.
Salimos tomados de las manos y nos pusimos delante de ella.
—¿No está lindo, Godóia? Yo lo arreglé. En vez de enojarse, se recostó en la puerta y
miró hacia arriba. Cuando bajó la cabeza tenía los ojos llenos de lágrimas.
—También tú estás lindo. ¡Oh! ¡Zezé!...
Se arrodilló y apoyó mi cabeza sobre su pecho.
—¡Dios mío! ¿Por qué la vida tendrá que ser tan dura para algunos?...
Se contuvo y comenzó a arreglarnos prolijamente.
—Te dije que no podría llevarlos, Zezé. Realmente, no puedo. Tengo tanto que hacer.
Primero vamos a tomar café, mientras pienso alguna cosa. Aunque quisiese, ya no habría
tiempo para que me vistiera. . .
Puso nuestro tazón de café y cortó el pan. Continuaba mirándonos afligida.
—Tanto trabajo para ganarse unas porquerías de juguetes ordinarios. Claro que
tampoco pueden dar cosas muy buenas para tantos pobres como hay. Hizo una pausa y
continuó:
—Tal vez sea la única oportunidad. No puedo impedir que ustedes vayan. .. Pero, Dios
mío, son muy chiquitos...
—Yo lo llevo a él con cuidado. Lo llevaré de la mano todo el tiempo, Godóia. Ni siquiera
es necesario cruzar la carretera Río-San Pablo.
—Aun así es peligroso.
—No lo es, y yo tengo sentido de orientación.
Se rió, dentro de su tristeza.
—¿Quién te enseñó eso, ahora?
—Tío Edmundo. Dijo que Luciano lo tenía, y si Luciano, que es menor que yo lo tiene,
yo lo tengo más...
—Voy a hablar con Jandira.
—Es perder el tiempo. Ella nos deja. Jandira solamente vive leyendo novelas y
pensando en sus admiradores. No le importa.
—Vamos a hacer lo siguiente: terminen con el café y nos vamos luego al portón. Si
pasa gente conocida que va para ese lado le pido que los acompañe.
No quise comer el pan para no demorar. Fuimos hacia el portón.
No pasaba nadie, solamente el tiempo. Pero acabó pasando. Por allá venía don
Pasión, el cartero. Saludó a Gloria, se quitó la gorra y se ofreció a acompañarnos.
Gloria besó a Luis y después a mí. Conmovida preguntó sonriendo:
—¿Y aquel asunto del soldado raso y las polainas. . .?
—Son mentiras. No fue de corazón. Te vas a casar con un mayor de aviación lleno de
estrellitas en el hombro.
—¿Por qué no fueron con Totoca?
—Totoca dijo que no iba para allá. Y que no estaba dispuesto a llevar "equipaje".
Salimos. Don Pasión nos mandaba ir adelante e iba a entregar las cartas en las casas.
Después apuraba el paso y nos alcanzaba. Volvía a repetir la acción, en seguida. Cuando
llegamos a la carretera Río-San Pablo, nos dijo sonriente:
—Hijos míos, estoy muy apurado. Ustedes están retrasando mi trabajo. Ahora vayan
por ahí, que no hay ningún peligro.
Salió, de prisa, con el paquete de cartas y papeles debajo del brazo. Pensé, rabioso:
—¡Cobarde! Abandonar a dos criaturas en la carretera, después de haberle prometido a
Gloria que nos llevaba.
Tomé con más fuerza la mano de Luis y continuamos la marcha. El cansancio ya
comenzaba a manifestarse en él. Cada vez disminuía más sus pasos.
—Vamos, Luis. Ya estamos cerquita y hay muchos juguetes.
Caminaba un poco más rápidamente y volvía a retrasarse.
—Zezé, estoy cansado.
—Te voy a alzar un poco, ¿quieres?
Abrió los brazos y lo cargué un tiempo. ¡Pero vaya! ¡Pesaba como si fuese plomo!
Cuando llegamos a la Calle del Progreso quien estaba bufando era yo.
—Ahora caminas otro poquito. El reloj de la iglesia dio las ocho.
—¿Y ahora? Había que estar allí a las siete y media. Pero no importa, hay mucha gente
y van a sobrar juguetes. Traen un camión lleno.
—¡Zezé, me está doliendo un pie. !
Me incliné:
—Voy a aflojarte un poco el cordón y mejorará.
Ibamos cada vez más despacio. Parecía que el Mercado no llegaba nunca. Y después
todavía teníamos que pasar la Escuela Pública y doblar a la derecha en la calle del Casino
Bangú. Lo peor de todo era el tiempo, que parecía volar a propósito.
Llegamos allá muertos de cansancio. No había nadie. Ni parecía que hubiera habido
distribución de juguetes. Pero la hubo, sí, porque la calle estaba llena de papel de seda
arrugado. Los trocitos de papel coloreaban la arena.
Mi corazón comenzó a inquietarse.
Cuando llegamos, don Coquito estaba ya cerrando las puertas del Casino.
Extenuado, le dije al portero:
—Don Coquito, ¿ya se acabó todo?
—Todo, Zezé. Ustedes llegaron muy tarde. Esto fue como un alud.
Cerró media puerta y sonrió bondadosamente.
—¡El año que viene tienen que venir más temprano, dormilones!. . .
—No importa.
Pero sí que importaba. Estaba tan triste y desilusionado que hubiese preferido morir
antes de que sucediese aquello.
—Vamos a sentarnos allí. Necesitamos descansar un poco.
—Tengo sed, Zezé.
—Cuando pasemos por lo de don Rosemberg pedimos un vaso de agua. Alcanza para
los dos.
Solamente en ese momento descubrió toda la tragedia. Ni habló. Me miró haciendo
pucheros y con los ojos perdidos.
—No importa, Luis. ¿Sabes? Voy a pedirle a Totoca que le cambie la cola a mi caballito
"Rayo de Luna" para dártelo como regalo de Papá Noel.
Pero continuó lloriqueando.
—No, no hagas eso. Tú eres un rey. Papá dijo que te bautizó Luis porque era nombre
de rey. Y un rey no puede llorar en la calle, frente a los demás, ¿sabes?
Apoyé su cabeza en mi pecho y me quedé alisándole el cabello enrulado.
—Cuando sea grande, voy a comprar un coche bonito como el de don Manuel
Valadares. Ese del Portugués, ¿te acuerdas? Ese que pasó una vez delante de nosotros en
la Estación, cuando estábamos saludando al Mangaratiba... Bueno, voy a comprar un
cochazo lindo, lleno de regalos, y solo para ti... Pero no llores, que un rey no llora.
Mi pecho explotó con enorme amargura.
—Juro que lo voy a comprar. Aunque tenga que matar y robar...
No era mi pajarito el que me comentaba eso, allá adentro. Debía ser el corazón.
Solamente eso podía ser. ¿Por qué el Niño Jesús no me quería? El amaba hasta al
buey y al burrito del pesebre. Pero a mí, no. Y él se vengaba porque yo era ahijado del
diablo. Se vengaba de mí dejando a mi hermano sin su regalo. Pero Luis no merecía eso,
porque era un ángel. Ningún angelito del cielo podía ser mejor que él.
Y las lágrimas brotaron cobardemente de mis ojos.
—Zezé, estás llorando...
—En seguida pasa. Además, no soy un rey, como tú. Solamente soy una cosa que no
sirve para nada. Un chico malo, bien malo... Apenas eso."

martes, 4 de diciembre de 2012

cancion de cuna

yo tengo un sobrino lindo
de rulos y ojos marron
yo tengo un sobrino lindo
que tiene fuerza como un león

dial

 "que el hijo prodigo no vuelve por amor al padre, sino por hambre, por la miseria que el mismo era.
 Dios nos acepta, no le importa cómo, el abre los brazos, no pregunta porqué.
 No quiero volver por ser un miserable que no tiene a donde ir.
quiero entender su amor entender que aunque haya otro lugar " mejor" o menos peor, yo he de ir a donde el amor es de verdad".

poema invalido



Poema invalido


Donde las hojas se secan

Y el corazón se pudre

Desde mi sangre espesa

Se escriben las letras

Ahí, ni las luces se besan

Ni la sombra le cubre

Donde el agua no  llega

Y solo nacen  petras

Bajo este árbol duerme mi sueño.

Sobre esta sombra piensan mis miedos.

Sueño con hojas nuevas

Y un corazón dulce.

Sueño con trigo y atardeceres

Y tu lugar conmigo.

Puedo abandonar cuevas

Volverme en luces.

Sueño tu oído más hablar no sé. Es

Es mi dolor contigo.

Bajo este, mi sueño, me duermo.

Bajo esta sombra mueren mis miedos.

No quiero robar ni perderte

No quiero rogar ni cederte

No quiero  ser como soy si no te agrada

Sufro del el dolor que genérote al alma

Perdón es la palabra  que no se hacer que valga.

Tu desilusión es lo que me rompe y parte el alma.

Bajo la esperanza de no ser de miedo

Bajo el deseo de tu amor de nuevo

                                                                Te pido te lloro y me duermo.